Crítica

Mr. Robot ¿Una novela de aprendizaje?

Lorenzo Vilches

La tercera temporada, la revelación o la rebelión de Elliot.

«Mr. Robot apareció con la fuerza de un renovado Club de la lucha postmoderno, pero los instintos de la historia de la serie ahora se sienten profundamente enraizados en una tradición pulp más antigua». Darren Franich, Entertainment Weekly.
Cierto, pero la serie de Esmail no acaba ahí. Como todas las grandes creaciones de la ficción serial de los últimos años (véase el primer –lamentablemente solo el primer capítulo– de True Detective con reminiscencias filosóficas, míticas, géneros literarios, etc.), Mr. Robot es una caja de sorpresas de referencias cinematográficas y literarias.
Por ejemplo, Mr. Robot bien puede leerse como una novela de aprendizaje.
La novela de aprendizaje o Bildungsroman es la historia de un(a) joven que deja su origen rural para trasladarse a un entorno urbano en donde adquirir educación o experiencia espiritual y explorar sus capacidades moral, intelectual y emocional. Este nuevo entorno le debería permitir alcanzar su madurez y su objetivo en la vida. Convertido Bildungsroman en un género de iniciación, el primer ejemplo de esta literatura proviene de la novela de Goethe El aprendizaje de Wilhelm Meister. El Bildungsroman es un relato sobre un proceso de cultivación del propio talento para integrarse en una amplia comunidad. El conflicto aparece cuando se enfrenten la exigencia de autosatisfacción y la demanda de socialización, la propia visión del mundo y el choque con la realidad.

Elliot, el protagonista de Mr. Robot, abandona su hogar (que no es precisamente un nido de amor familiar) para viajar a la ciudad de Nueva York. Allí lo encontramos integrado en una empresa de informática cuando un grupo de hackers llamado fsociety le tienta para que aniquile la empresa para la que trabaja. Elliot se encuentra en ese momento ante una decisión que puede facilitarle el hundimiento de una de las multinacionales que controlan y corrompen el mundo.
Elliot ha conseguido situarse en una gran empresa donde pasa por ser un experto. Su vida, en cambio, se encuentra lejos de la estabilidad emocional y existencial. Descubre que tiene una hermana y un padre (ya muerto) que su locura le había hecho olvidar. Aquejado de una esquizofrenia que divide su alma entre su padre (su agresor y maestro) y su propio yo, se encuentra bajo tratamiento psiquiátrico que no ha logrado curarle de su adicción a la cocaína, Elliot deambula por los espacios de una Nueva York surrealista, con bares y antros ocupados por piratas informáticos, por pandillas de antisistema y trapicheos. Un mundo extraño y tan adverso para Elliot como las lujosas oficinas de diseño en las que comparte su actividad con los directivos de la multinacional.

La tercera temporada de la serie concebida y dirigida por Esmail, es la más explícita sobre el género de aprendizaje. En un país bastante desquiciado por la violencia y los desatinos de gobierno de un multimillonario que se ha hecho con la presidencia de Estados Unidos, el viaje del héroe de Elliot está plagado de peligros externos y espirituales. Las imágenes de la ciudad en semipenumbra, la soledad del metro y los interiores aún más opresivos en esta temporada, que en cierto modo recuerdan a las de la última temporada de Twin Peaks, nos introducen en un laberinto oscuro y peligroso donde las menciones a Dios no bastan para alejar la sensación de pérdida, abandono y desorientación de Elliot. Pero un túnel siempre lleva a una salida y los continuos fracasos sociales y afectivos de Elliot, su locura, su dolorosa soledad de adolescente sin amor, que le han llevado a una situación límite, parecen esta vez conjurarse paradójicamente para ofrecerle nueva una razón para vivir. Una nueva dinámica comienza a adueñarse de Elliot, y es la posibilidad de reparar el daño que ha causado valiéndose de su genialidad como informático. Una ventana ética y altruista, que estaba allí oculta en el joven Elliot, se abre para dejar paso a otro aire de intereses. Lo que parecía ser el fin del capitalismo (y el objetivo de Mr. Robot) solo ha significado una ilusión. “No comencé una revolución, mi revolución solo enterró nuestras mentes en lugar de liberarlos. Las armas se han vuelto en contra, acabo de hacernos lo suficientemente dóciles para nuestra matanza”. Elliot adquiere así una estatura desconocida, se siente de pronto revestido de una misión, el héroe embotado y alucinado se percata por fin de haber sido su propio oponente, su peor enemigo, el villano de la historia.
Eso parece ser que nos depara esta tercera temporada: La revelación ha comenzado. Mr. Robot era él y Elliot que no era más que un enfermo, un desecho humano en manos de la droga, se creyó tan poderoso que podía hasta destruir el mundo. Su complejo de héroe se sobrepone a la de Mr. Robot y lo conduce a la constatación más lúcida que puede experimentar un ser adulto: “yo soy el único culpable”. ¿El viaje del aprendizaje llegará a su destino?

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