Artículo de Pedro Cano (†), Catedrático de Clásicas/ Salvador Rofes, Médico,
publicado en DICTIONARIO DE TEORÍAS NARRATIVAS
(Lorenzo Vilches. Caligrama/Penguin Random House . 2017/2018)
Médicos. Ya en los Estados Unidos de la gran depresión tuvo éxito Symphony of Six Million (La melodía de la vida) (1932) de Gregory La Cava con la historia de un joven doctor, su buena fe, su desviación hacia la medicina privada y elitista y el retorno a su gente. No mucho después, King Vidor trasladó a imágenes la novela de A. J. Cronin, La ciudadela (1938). Su protagonista también se movía entre la vocación social y la tentación elitista. De la época data el personaje del Dr. Kildare (entre 1937 y 1942) en hasta diez películas cuya saga inició Los internos no cobran (1937, de A.Santell). Con la Segunda Guerra Mundial, la filmografía bélica incorpora médicos y hospitales a sus tramas, aunque el hospital de campaña por excelencia sería M.A.S.H. (1970), de R. Altman. Antes, en Un rayo de luz (1950) un interno afroamericano mostraba la dificultad de las minorías para seguir su carrera. S. Kramer reformuló el cine “de médicos” en No serás un extraño (1955), según la novela de M. Thompson. Los hospitales —antiguos y modernos, de alta tecnología o de cuidados
básicos— componen los escenarios: aulas o habitaciones, despachos o quirófanos, salas de urgencia. Hombres que dejan huella, de D. Swift (1962) seguía la tendencia, e incorporaba una tímida subtrama sobre el aborto, un asunto que no se afrontaría con dureza hasta Las normas de la casa de la sidra (de Lars Hallström, 1999). En Los nuevos internos (John Rich, 1964), se insinuaban las relaciones entre los médicos y las compañías farmacéuticas. Se avanzaba además la presencia de la gestión hospitalaria, que iba a centrar la trama de Anatomía de un Hospital (1971) de A. Hiller, y cuyo origen histórico se había glosado en El hombre que supo amar (1978) de M. Picazo, sobre la vida de San Juan de Dios (1495-1550), diseñador de un entonces nuevo concepto de la sanidad. Habrá de pasar medio siglo para que (La fille de Brest) (La Dra. de Brest) (2016) de E. Bercot, descubra sin ambages los riesgos de los medicamentos y la influencia de las compañías farmacéuticas sobre médicos y políticos. Con Barbarroja (1965), A. Kurosawa encuadra un tipo de medicina hospitalaria rural y marginada, mediante la evolución del joven Dr. Yasumoto que por voluntad expresa de su padre inicia su formación en una clínica de asistencia gratuita, donde dirige y ejerce el Dr. Niide (T. Mifune). El novato, pasa del rechazo a la admiración, de la ambición al altruismo. Y decide quedarse allí. Kurosawa añadía, a los tópicos ya creados, las secuelas del maltrato, la vejez y la atención a los moribundos. En 1991, Doc Hollywood de M. Caton-Jones imita Barbarroja y parte de No serás un extraño en
tono de comedia amable. Los límites de la ética hospitalaria se reflejan en Hipócrates (2015) de Th. Lilti, que muestra de forma realista a un residente en formación que, cuando se equivoca, debe escoger entre afrontar su responsabilidad o echar tierra al asunto por las influencias que le protegen. Coma (1978) de Michael Crichton aborda los avances de la medicina en forma de thriller sobre la entonces técnica incipiente de los trasplantes y los límites éticos que exigen. Trasplantes a parte, la duda ética creó escuela y ha ocasionado películas de intriga como Extreme Measures (Al cruzar el límite) (1996) de M. Apted, o Anatomie (2000) de S. Ruzowitzky. Un tema que algo le debe a la novela La isla del Dr. Moreau, de H. G. Wells, y sus varias adaptaciones al cine. Entre las más destacadas, la versión de E. C. Kenton (1933) con Ch. Laughton; la de D. Taylor (1977) con Burt Lancaster; y la de J. Frankenheimer (1996) con Marlon Brando. En torno a la ética profesional, flota en muchas películas el tema de la soberbia médica, tratado con sensibilidad en The doctor (1991) de R. Haines, con su protagonista en situación de paciente.
Enfermeras. Tal vez la más adusta de las enfermeras sigue siendo la señora Ratched —Louise Fletcher— de Alguien voló sobre el nido del cuco (1975) de Milos Forman, con permiso de la muy perturbada Annie Wilkes —Kathy Bates— que torturaba al novelista de Misery (1990, de R. Reiner). No obstante, el personaje histórico de Florence Nightingale, fundadora del primer cuerpo de enfermeras, fue documentado en un trabajo de la de la BBC (2008), sobre la primera enfermera seglar de la historia, que repasa buena parte de lo que se sabe de ella, a partir de sus propios recuerdos. Abundan versiones de su vida, como El ángel blanco (1936) de W. Dieterle, La dama de la lámpara (1951) de H. Wilcox, que ya había dirigido la biografía de otra heroica enfermera, La enfermera Edith Cavell (1939), ambas con la misma actriz: Anna Neagle. Solo en las últimas décadas se presta cierta atención a la figura del enfermero. Al límite (1999) de M. Scorsese sigue durante tres días los esfuerzos de un atormentado paramédico, conductor de ambulancias; y el enfermero protagonista de Los padres de ella (2000, de J. Roach), y sus secuelas, debe afrontar el tono de superioridad machista que usan con él los amigos médicos de su suegro. Sin apenas presencia de
médicos, en Hable con ella (2002, de P. Almodóvar), Benigno, un enfermero, atiende pacientes en estado de coma. Las monjas hospitalarias constituyen también una sólida fuente argumental, de donde han salido obras destacadas como Narciso Negro (1947, de M. Powell y E. Pressburger, Ana (1951) de A. Lattuada, o Historia de una monja (1959) de F. Zinnemann. La enfermera de campaña se inmortalizó tras la obra de Hemingway, Adiós a las armas, en obras notables. Así las versiones de Fr. Borzage (1932); Ch. Vidor (1957); R. Attenborough (1996). El naturalismo trágico de las guerras, no obstante, se alcanza de forma definitiva en films como Johnny got his gun (Johnny cogió su fusil) (1971) de D. Trumbo o The English Patient (El paciente inglés) (1996) de A. Minghella, que comparten lo contradictorio de organizar la muerte sistemática y contar con la sanidad para arreglar los resultados.
Enfermedades. La enfermedad funciona en muchas películas como motor argumental y las epidemias constituyen un fatum trágico y el reto que deben asumir los investigadores. Contagion, 2011 de St. Soderbergh relata la expansión veloz de un virus ficticio, que representa el origen, desarrollo, investigación y eventual solución de una epidemia. El sida tuvo la historia de sus orígenes en And the band played on (En el filo de la duda) (1993) de R. Spottiswoode, y
generó obras notables como Longtime companion (Compañeros inseparables) (1990) de N. René; It’s my party (Fiesta de despedida) (1996) de R. Kleiser o Peter’s Friends (Los amigos de Peter) (1992) de K. Branagh. Representaban la destrucción de una cierta sociedad por una catástrofe inesperada (Compañeros…), el suicidio asistido para evitar un final patético (Fiesta…) y, por fin, la asunción resignada de una enfermedad que condicionaría el resto de sus vidas (Los amigos…). Philadelphia (1993) de J. Demme abordaba los derechos de los enfermos. Les nuits fauves (Las noches salvajes) (1992) de Cyril Collard y Les témoins (Los testigos) (2007) de André Téchiné, trasladaban a Francia la evolución del mal y su influencia sobre la relación entre las personas. La tuberculosis –virtualmente superada hoy – ha quedado en el cine asociada a un halo romántico que va desde las mil versiones de La dama de las Camelias de Alejandro Dumas, cuyo imagen más famosa sigue siendo la de Greta Garbo en la versión de Georges Cukor (1936), hasta la serie de títulos que tratan el famoso duelo en O. K. Corral de Tombstone entre los hermanos Earp y los Clanton, donde destaca el personaje de Doc Holliday, médico tuberculoso, intelectual y pistolero: La pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946) de J. Ford; Duelo de titanes (Gunfight at the O.K.Corral, 1957) de J. Sturges; Tombstone (1993, de G. P. Cosmatos). Molière (A. Mnouchkine, 1978) o el cineasta Jean Vigo Vigo. Passion for Life,(1998) de Julien Temple, ilustraron también la creatividad y las ansias de vivir que la tradición literaria atribuye a estos enfermos. La residencia en sanatorios ha inspirado melodramas clásicos como El otro amor (1947, de A. de Toth); El sanatorio en El torbellino de la vida (1950) de H.French; o tragedias sombrías: El mar (2000), de A. Villaronga. Documentales a parte, Pasteur (1935) de Sacha Guitry, o Dr. Ehrlich’s Magic Bullet (La Bala
mágica del Dr. Ehrlich) (1940) de W. Dieterle, habían ensayado biografías sobre los investigadores de las enfermedades infectocontagiosas. La sífilis toma un papel esencial en muchas películas biográficas como El libertino (2005, de L. Dunmore) sobre John Wilmot, conde de Rochester; Más allá del bien y del mal (1977, de Liliana Cavani), sobre Frederick Nietzsche; Memorias de África (1985, de S. Pollack) sobre Karen Blixen, autora de la novela original bajo el seudónimo de Isak Dinesen, contagiada por su marido; Duelo silencioso (1949, de A. Kurosawa), donde un médico se infesta de sífilis en un hospital de campaña. También la rabia: El mal (1966) de G. Gazcón; la peste; Pánico en las calles (Panic in the Streets, 1950) de E. Kazan; el cólera: El velo pintado (1934, 1957, 2006…); la lepra: Molokai (1959, de L. Lucía), Braveheart (1995) de M. Gibson, Kingdom of Heaven (El reino de los cielos) (2005) de R. Scott.
Trasplantes. Los trasplantes eran solo un tema de terror o ciencia ficción hasta hace un par de décadas. Pueden considerarse precedentes las numerosas películas de Frankenstein sobre la idea de Mary Shelley entre la versión de J. Whale (1931) y la de Kenneth Branagh (1994). Los realizadores tienden a enfocar los trasplantes de modo referencial. El corazón sugiere una tensión emocional: Todo sobre mi madre (1999 de Almodóvar) o 21 gramos (2003, de A. González Iñárritu), por más que ha dado lugar a películas de acción como Deuda de sangre (1995) de Clint Eastwood o John Q. (2002) de Nick Cassavetes), que plantea además la tentación de saltarse los turnos de espera, como Inhale (2010 de B. Kormákur), donde un fiscal está dispuesto a jugarse la carrera por el pulmón que necesita su hija y tal vez no llegue a tiempo. La médula ósea sugiere una responsabilidad afectiva familiar: Medidas desesperadas (1998, de Barbet Schroeder), In love we trust (2007, de W. Xiaoshuai) Un cuento de Navidad (2008, Fr., de Arnaud Desplechin) o La decisión de Anne (EE. UU., 2009). El riñón puede suponer los mismos valores emocionales que corazón o médula. Así, Magnolias de acero (1987, de Herbert Ross). No obstante, los órganos que pueden ser extraídos de personas vivas, inspiran numerosos thrillers y cintas de terror, como Sympathy for Mr. Vengeance (2002, de P. Chan-wook). G.Franju creó en Ojos sin rostro (1959) una original premonición en clave de cine de terror psicológico sobre los trasplantes de cara, y fue referencia confesa de La piel que habito (2011, de Almodóvar). Por fin, Kazuo Ishiguro, con su novela Nunca me abandones, inspiró
Never let me go (2011, de M. Romanek). Con el antecedente directo de Coma (Cfr. supra), se aborda una distopía con “granjas humanas” para la provisión de órganos.
La muerte. Una enfermedad terminal desata las ganas de morir con dignidad. En Empieza el espectáculo (All that Jazz, 1979, de B. Fosse), su protagonista trabaja sin descanso a la espera del infarto definitivo. Incluso, si la tragedia es vivir, se lucha para que acabe. Así se plantea en Mar adentro (2004, de A. Amenábar). El funcionario diagnosticado de cáncer de Vivir (J., 1952 de A: Kurosawa), necesita dejar una obra que justifique su presencia en el mundo; la protagonista de La habitación de Marvin (Marvin’s Room, 1996, de J. Zaks) asume su leucemia, pero recupera a su familia; el de Mi vida (My Life, de B. J. Rubin) se grabará en vídeo para comunicarse con el hijo que tal vez no vea nacer; la de Mi vida sin mí (2002, E., de I. Coixet) le busca a su marido una compañera que cubra la ausencia en su momento. El idealista moribundo de Las invasiones bárbaras (2003, de Denys Arcand), morirá en una realidad virtual que le haga creer que no ha perdido su tiempo. Planta cuarta (2003, de A. Mercero) muestra la capacidad de los niños de enfrentarse a su muerte y Amar la vida (Wit, 2001, de Mike Nichols) acompaña en la soledad de un hospital la agonía de una intelectual.
Series. Personajes y argumentos enmarcados en la vida hospitalaria han provisto las series televisivas de más éxito. Hospital general (estrenada en 1963) – el clásico de TV por excelencia – en competencia permanente con Urgencias (1994-2009), y ganó a Dr. Kildare (1961-66), The Doctors (1963-1982), St. Elsewhere (1982-88) y al Dr. Marcus Welby (1969-1976), entre otras, mucho antes de que el Dr. House (2004-2012) sustituyera el código ético por el relativismo moral o el paternalismo, por el desafío a la muerte. Hospital Central (2000-2012), Pulseres vermelles (2011-2013, en Televisión de Catalunya), Médico de familia (1995-1999), Diario de una doctora (Männer sind die beste Medizin, 2008-2011), etc. siguen la línea en muchos países.
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